El poder rehabilitador del arte: rompiendo prisiones
Las Tunas.- Hasta cuatro centros penitenciarios llegó en el mes de agosto la gira de prisiones, actividad resultante del convenio entre Cultura y el Ministerio del Interior (Minint), que tiene como propósito la educación de los reclusos gracias al poder transformador del arte, pero que también influye en los creadores y su crecimiento como seres humanos.
En esta oportunidad la experiencia integró a artistas del catálogo de la empresa de la música y los espectáculos Barbarito Diez con el movimiento de aficionados del Sistema de Casas de Cultura y de los propios centros penitenciarios, en un espectáculo que rompió con la tradición de solo llevar formatos pequeños, compuestos por un trovador, solistas y humoristas.
La presentación fue el 23 de agosto en la prisión de mujeres y luego se repuso como cierre del verano bajo la dirección artística de Orlando Matos. Allí estuvieron la compañía de danza Cueybá, los intérpretes José Fidel Sánchez, Yaniuska Hernández, Jorge Orlando Delgado y Frank Batista Sedeño, además de los aficionados de las casas de cultura Tomasa Varona, de la ciudad de Las Tunas, y Anita Cruz, de Bartle.
Tatiana Figueredo, especialista en Programas Culturales de la Dirección Municipal de Cultura en Las Tunas, asegura que esto es el resultado de una labor de todo el año, pues mediante la relación directa con los jefes de Tratamiento Educativo de los internos, los instructores ingresan para enseñar las diferentes manifestaciones, usualmente dos veces por mes desde septiembre, a manera del cronograma del curso escolar, pues existen convenios además, con Educación y el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder).
En la relación se encuentran las instalaciones de Veguita, la Prisión Provincial, Becerra y Potosí, donde se efectúan igualmente festivales a lo largo del calendario, para en agosto resumir el progreso de los internos desde las artes en unión con los que llegan hasta ellos, para coexistir sobre el escenario en una muestra de crecimiento artístico, personal y humano que inunda a todos los implicados.
De fiesta con mi gente fue el título con el que se expandió la presencia de talento con varios grados de desempeño, pero que descubre la posibilidad para de alguna manera romper las prisiones autoimpuestas más allá de los cercos físicos que deben rehabilitarlos.
El solista Jorge Orlando Delgado Costa comenta que la experiencia “marca una posibilidad de llevar el arte a estas personas que están carentes de ver algo externo, recordemos que hay quienes se pasan todo el año sin apreciar el exterior, aunque tengan la referencia de la televisión. Es un público deseoso de ver y conocer gente nueva, de apreciar en vivo el arte y es verdad que están un poco carentes, porque las giras de prisiones se hacen solo una vez al año.
“Estuve allí disfrutando de ese público, del deseo de ellos de participar, de lograr una interacción; y la cultura demuestra eso, lo que puede lograr el arte como una posibilidad de hacer que cambie el pensamiento humano”.
El joven comentó que se vinculan directamente con los aficionados de los centros penitenciarios, donde hay mucha calidad, destacando el tallado –por ejemplo- que lo perfeccionan, aunque igual les gusta participar en las coreografías y cantar.
“Me regocijan las ganas de hacer y participar, y el respeto con que los tratan. Ellos nos agradecen el haber llegado hasta allí, es un público que realmente vale la pena”.
Quienes han compartido la experiencia saben de los avances gracias a la dedicación de los instructores, la superación en la técnica y el comportamiento. Con ellos se sienten seguros y es por el vínculo que los une a este oasis.
Existen casos como el de Eblis Suárez, que salió de allí y se hizo solista profesional, o uno más reciente, como el recluso que ya no piensa en riñas porque la guitarra le rehabilitó su mano engarrotada y ocupa buena parte de sus pensamientos.
El trovador Frank Batista Sedeño lo sabe. Es la primera vez que participa, tras su anclaje en tierra tunera al venir casualmente de visita desde Trinidad, y la invitación le interesó en primera instancia por su carácter didáctico cultural.
Confiesa que está de verdad agradecido cuando ve la aceptación de un público deseoso de muchas cosas, “un público soñador, y llega con esas canciones que te hacen soñar, pensar, que te sacan, que aunque estés preso sientes que estás fuera de ese lugar”.
En este tipo de intercambio no solo estás aportando a esa persona, también te reconstruyes como ser humano, como espectador de ese arte que ellos tienen para darte.
“Fue un crecer espiritual, pensar que todo se puede en esta vida, que cada día podemos ser mejores, que cada día pasan cosas nuevas y la vida te sorprende con algo más. Fue como una obligación a mejorar, a seguir trabajando, para en cualquier lugar seguir haciendo música y llevando lo mejor de sí a un escenario”.
Muchas veces vemos el hecho artístico solo en la obra, no desde las interacciones y lazos que crea entre las piezas que se mueven de una a otra posición con movimientos acompasados, que elevan su voz para alcanzar nuevos registros, que hilvanan letras y sacan la forma inimaginada del material en su forma más pura.
Pero la cultura nos habla precisamente de los procesos que la hacen tal cual, como condensado de una sociedad y su devenir, de la forja y la propia deconstrucción de seres humanos que desde diferentes vivencias se dan la mano en la comunión de las artes, esas que son capaces de romper las prisiones de todos.